Vistas de página en total

martes, 23 de octubre de 2012

LAS CAMPANAS.




LAS CAMPANAS.

Era época estival y siempre me desplazaba  al  pueblo que me vio nacer.

Allá en una pequeña aldea de Cantabria, las noches eran cálidas. Solía  dar paseos por el  campo, su verdor y sus bellos caminos me hacían sentir bien conmigo mismo. Nada que ver con la ciudad que siempre me hacía estar  deprimido. Me acerqué al acantilado donde siempre dirigía mis pasos. En ese lugar era donde verdaderamente me encontraba con mi verdadero yo interior. Rara vez había alguna persona, era un lugar  muy poco frecuentado por lo escarpado de su orografía.

Mientras estaba sentado en una roca distraído con la hermosa contemplación, se presentó  una aparición divina: era  de una belleza salvaje, su pelo negro bailaba  al viento y su rostro era  muy joven. Pero algo me llamó la atención: parecía haber vivido tantas vidas, parecía tan  absorta. Lo que más me llamó la atención fueron  sus rasgos duros, debía tener  unos  treinta años, pero en su rostro había una expresión indefinida de soledad absoluta.

No podía dejar de mirarla, no se cuanto tiempo estuve contemplándola, a ella en su mundo enredada en sus pensamientos, y yo pensando que si era real o una aparición. Algo pasó en mi interior mientras la contemplaba algo extraño que nunca antes  había experimentado.

No podría  decir con certeza cuanto tiempo estuvimos así, hasta que de pronto ella hizo  ademan de irse. Sin saber que hacer me levanté y elevando mi voz le dije: - Hola -. Se sobresaltó ya que se creía sola. Ágil como una gacela descendió sin responder, yo intenté seguirla pero la noche era muy oscura y la niebla empezaba a acariciar el suelo, hasta que desapareció sin dejar rastro.

En el pueblo pregunté,  pero nadie me pudo decir nada, nadie parecía conocerla. Mi tristeza era absoluta.

Todas las noches, a la misma hora me dirigía al acantilado  con la esperanza de encontrarla, pero todo fue inútil. Nunca más apareció.

Volví a la ciudad, reanudé mi vida, pero siempre mis pensamientos estaban en ella mi desolación era cada vez más grande.

  Un fin de semana decidí   volver. Me acerqué  al acantilado  sin resultado alguno, y caminando me adentré por un camino muy escarpado que conducía hacia la playa. Cual fue mi sorpresa cuando la vi parada, con las mismas ropas y la misma expresión. El ritmo cardíaco se me disparó,  poco a poco me fui acercando.

Pero lo que vi me heló la sangre: muy  despacio se fue  introduciendo  en el mar y las olas la fueron arropando hasta hacerla desaparecer. Una canción bellísima envolvió la noche en ese instante, se escucharon unas campanas cuyo sonido venía desde las profundidades del mar.

Pastora Herdugo
Derechos reservados


1 comentario:

  1. Hermosísimo relato encierra ésta época estival y otoñal. Me encantó leerte cariño. Tienes una facilidad pasmosa, para relatar y escribir poesías sigue así. Te quiero.

    ResponderEliminar