LAS CAMPANAS.
Era época estival y siempre me desplazaba al pueblo que me vio nacer.
Allá en una pequeña aldea de Cantabria, las noches eran cálidas. Solía dar paseos por el campo, su verdor y sus bellos caminos me hacían sentir bien conmigo mismo. Nada que ver con la ciudad que siempre me hacía estar deprimido. Me acerqué al acantilado donde siempre dirigía mis pasos. En ese lugar era donde verdaderamente me encontraba con mi verdadero yo interior. Rara vez había alguna persona, era un lugar muy poco frecuentado por lo escarpado de su orografía.
Mientras estaba sentado en una roca distraído con la hermosa contemplación, se presentó una aparición divina: era de una belleza salvaje, su pelo negro bailaba al viento y su rostro era muy joven. Pero algo me llamó la atención: parecía haber vivido tantas vidas, parecía tan absorta. Lo que más me llamó la atención fueron sus rasgos duros, debía tener unos treinta años, pero en su rostro había una expresión indefinida de soledad absoluta.
No podía dejar de mirarla, no se cuanto tiempo estuve contemplándola, a ella en su mundo enredada en sus pensamientos, y yo pensando que si era real o una aparición. Algo pasó en mi interior mientras la contemplaba algo extraño que nunca antes había experimentado.
No podría decir con certeza cuanto tiempo estuvimos así, hasta que de pronto ella hizo ademan de irse. Sin saber que hacer me levanté y elevando mi voz le dije: - Hola -. Se sobresaltó ya que se creía sola. Ágil como una gacela descendió sin responder, yo intenté seguirla pero la noche era muy oscura y la niebla empezaba a acariciar el suelo, hasta que desapareció sin dejar rastro.
En el pueblo pregunté, pero nadie me pudo decir nada, nadie parecía conocerla. Mi tristeza era absoluta.
Todas las noches, a la misma hora me dirigía al acantilado con la esperanza de encontrarla, pero todo fue inútil. Nunca más apareció.
Volví a la ciudad, reanudé mi vida, pero siempre mis pensamientos estaban en ella mi desolación era cada vez más grande.
Un fin de semana decidí volver. Me acerqué al acantilado sin resultado alguno, y caminando me adentré por un camino muy escarpado que conducía hacia la playa. Cual fue mi sorpresa cuando la vi parada, con las mismas ropas y la misma expresión. El ritmo cardíaco se me disparó, poco a poco me fui acercando.
Pero lo que vi me heló la sangre: muy despacio se fue introduciendo en el mar y las olas la fueron arropando hasta hacerla desaparecer. Una canción bellísima envolvió la noche en ese instante, se escucharon unas campanas cuyo sonido venía desde las profundidades del mar.
Pastora Herdugo